XXII PREGÓN DEL TORO DE LIDIA DE ALMERÍA

Almería, 17 de agosto de 2019

Alfonso Santiago

Autoridades, aficionados, amigos del Foro Cultural 3 Taurinos 3, buenos días y muchas gracias por acompañarme en esta mañana almeriense, en la que tomo el relevo a cuantos aquí estuvieron antes que yo en las XXI Ediciones de este Pregón del Toro de Lidia, convertido ya en una cita clásica e importante, y me atrevería a decir que imprescindible, en lo que a la cultura de la Fiesta de los toros se refiere.

Me alegro infinito tener la oportunidad de alzar mi voz en tan esplendido marco y por la razón que nos ha atraído hasta aquí: volver a reivindicar la grandeza de un arte, el taurino, por el que millones de personas nos unimos en un mismo y profundo sentimiento en todos los países en los que la Tauromaquia está vigente, y no sólo allí, también me quiero acordar de todos esos hombres y mujeres que viven en sociedades completamente ajenas al fenómeno cultural del toreo, pero que sienten lo mismo que todos nosotros. Me vienen ahora al recuerdo quienes en París, Londres o Nueva York siguen defendiendo como suyo -porque lo es y así lo sienten- la pasión por el toreo y por la bravura.

Reitero muy gratitud por esta invitación del Foro Cultural 3 Taurinos 3, y desde este momento, no se muy bien si ajustándome al patrón clásico de este tipo de actos, o más bien dejándome llevar por mis sensaciones y recuerdos personales, tengo que reconocer que, desde hace ya muchos años, cuando de niño me enamoré para siempre del toreo, en mi cabeza revoloteaba lo que la Almería taurina significaba para mí en aquellos momentos,en la que tan siquiera la conocía.

Siempre digo que los aficionados a los toros somos en verdad “coleccionistas de recuerdos”, por eso mismo, permítanme que comparta con todos ustedes una imagen que desde hace ya más de tres décadas retengo en mi mente, que guardo en ese baúl de recuerdos que me han llevado a dedicar mi vida al periodismo y a la literatura taurina. Esa imagen representa la cogida de un torero acaecida en la Feria de la Virgen del Mar de 1985.

Se trata, como muchos de ustedes ya habrán adivinado, de la grave cornada que el maestro Antonio Chenel “Antoñete” sufrió en la plaza de toros de Almería la tarde del 31 de agosto de ese año. Aquel día, el viejo y sabio torero del madrileño barrio de Ventas toreó con dos jóvenes espadas, los murcianos Pepín Jiménez y Manuel Cascales. El primer toro de esa corrida, perteneciente a la vacada santacolomeña de Joaquín Buendía, le rompió las carnes a Chenel apenas había iniciado su faena de muleta. Recuerdo como si ahora mismo la estuviese viendo la fotografía de Antoñete colgado en el pitón de aquel toro.

Imagino que se preguntarán todos ustedes a colación de qué viene este recuerdo personal, y algo dramático,en la apertura de este Pregón. Muy sencillo: Les puedo asegurar que, desde ese instante, y siendo yo un chaval, se me quedó grabada para siempre la imagen de la plaza de toros de Almería. Curioso, un escenario en el que se identifica por la alegría, en aquel mi primer imaginario taurino lo identificaba con el dolor, por lo que entonces se me removía el alma. ¿Y saben ustedes la razón?

Porque Antoñete emprendió viaje hacia esta maravillosa ciudad donde ahora estamos justo desde la entrada de un modesto portal de vecinos del madrileño barrio de Canillejas donde se había criado José Cubero “Yiyo”, ese jovencísimo torero que yacía muerto en un piso de ese edificio, porque un toro le había matado en Colmenar Viejo esa misma tarde en presencia del maestro Antoñete.

Tras la tragedia de Colmenar, Chenel toreaba al día siguiente aquí, en Almería, ante una de las aficiones más apasionadas de España, y quiso que fuese aquí, en vuestra plaza, donde le rendiría homenaje a Yiyo al volver a vestirse de luces veinticuatro horas después de haberle visto morir. Puedo imaginar la ansiedad, el miedo, la soledad y hasta la incomprensión que Antoñete sentiría devorando kilómetros desde Madrid para llegar a Almería alboreando la madrugada. Aquel viaje, sin duda, el más largo de su vida, lo hizo Antoñete junto a dos banderilleros: Juan Martín Recio y Manolo Montoliú… Sí, el mismo torero de plata que, siete años después de aquel larguísimo y triste viaje hasta Almería, también encontraría la muerte ante los pitones de un toro de Atanasio Fernández en el albero de la Maestranza.

Aquella cornada de Antoñete puso en mi mente a la Almería taurina, esa feria, y esa ciudad, a la que Chenel no quiso dejar de acudir pese a venir de donde venía… es decir, de ver pagar a un torero el precio más alto que puede llegar a pagar: el de su propia vida.

Desde entonces, desde ese ya lejano agosto de 1985, entendí que torear en Almería debía de tener un significado muy especial para cuantos se visten de luces, para cuantos a lo largo de la historia han tenido ocasión de disfrutar, y de hacer disfrutar, a la afición que se sienta en sus tendidos. Luego, conforme fueron pasando los años, y antes de tener oportunidad de venir a disfrutar en persona de la pasión con la que se siente el toreo en esta tierra, otras muchas imágenes, ya más agradables, fueron forjando en mí la idea de lo bonito y agradable que resultaba ver torear en Almería. Y de lo importante que es para el toreo que convivan, por muy diferentes que sean, todas las maneras de sentir este maravilloso e inigualable espectáculo.

He de reconocer que la primera vez quevi puesta en pie a la afición almeriense tributándoles a los toreros la clásica ovación de bienvenida tras el paseíllo, me emocionó por lo que de pasión tiene, por lo que declaración de intenciones aporta, y porque es bello, y muy profundo, que quienes profesan admiración por los hombres que se van a jugar la vida delante de los toros les hagan sentir que allí, en esos tendidos, se sienta gente con la sensibilidad a flor de piel para agradecer con pasión cuanto sean capaces de hacerles a los toros.

Les aseguro que, como en mi caso, habiéndome hecho aficionado desde niño en Las Ventas, una plaza tan necesariay fundamental para la Fiesta, pero a veces tan ingrata, y tan dura, ser testigo de esa pasión previa que nace en Almería apenas los toreros han pisado el ruedo, me reconforta con la idea que siempre he tenido, y defendido, de que en la Tauromaquia caben todos los sentimientos y todas las sensibilidades.

Por eso veo más necesario que nunca en estos tiempos no abogar por una Fiesta única, rígida, reglamentista, férrea en la libertad de creación de la que tienen que disfrutar los artistas, sino en el respeto de cuántas personalidadesconviven en el planeta de los toros. Hay que ser exigentes, desde luego; hay que pedir integridad en el toro y verdad en la manera de enfrentarse a él, por supuesto; pero sin olvidar nunca que aquí cabemos todos y que no todos tienen la misma manera de entender, de sentir o de disfrutar lo que acontece en el ruedo. Donde, insisto en ello, porque es algo que nunca debemos perder de vista: allí la sangre es de verdad, y la muerte, o el dolor, siempre rondan. Algo que, por repetido, parece sonar a tópico, pero que inexorablemente está presente. Ese pilar sostiene en gran medida la grandeza de este arte.

Además, si ha habido algo grande y que ha distinguido alarte del toreo, ha sido poner en valor la personalidad de cada plaza y sus diferentes maneras que tienes las aficiones de mirar al ruedo. Y en eso, señores y señoras, Almería tiene un sello propio e inconfundible, muy personal. Y así debe de seguir siendo, sin complejos, sin impostados rigores, porque la alegría y la Fiesta no están reñidas con el conocimiento y la sensibilidad para saber poner en valor lo que un hombre es capaz de hacerle a un toro.

Hoy, por desgracia, sé que los tiempos han cambiado, pues ahora mismo son muchos los frentes abiertos contra la libertad que todos los que estamos aquí, en este Patio de Luces -no se puede elegir mejor nombre para pronunciar un Pregón Taurino- tenemos que hacer frente día a día desde el punto de vista social y político.

El pensamiento único que algunos nos están queriendo imponer en los últimos años, esa corriente extrema del animalismo que, en el fondo, no es sino una manifestación igualmente extrema que va en contra del respeto y de la dignidad del propio ser humano, nos invade, y hasta nos coarta en nuestros gustos y en nuestro sentir cultural y artístico, como si tuviéramos que sentir vergüenza de disfrutar con lo que tanto nos emociona y nos llena.

Para ellos, para esos nuevos censores de la moral, la cultura sólo tiene un camino: el que ellos mismo marcan. Únicamente. Todo lo demás, lo que se aparta de su ridícula y rácana visión, no sólo hay que olvidarlo, también hay combatirlo. De ahí que la palabra prohibición haya aparecido con mucha fuerza de nuevo como una sombra fría y oscura que parecía olvidada. Curiosamente, quiénes quieren enarbolar la bandera de un falso progreso, retroceden sin pudor algunoal peor pasado.Y en eso, la incultura está haciendo estragos. Y la falta de respeto por quienes nos han precedido.

Recuerdo ahora esa anécdota triste, pero muy esclarecedora, de aquella concejala de un ayuntamiento de cuyo nombre no quiero acordarme, decir aquello de “que sentía pena porque a España se la reconociera en otras partes del mundo por el toro, y no por las grandes obras de Federico García Lorca o Pablo Picasso¿Cabe mayor ceguera que la del que no quiere ver? ¿Es posible mayor ignorancia al nombrar a esos dos grandes genios y creadores de nuestra cultura, cuando quizá ellos hayan sido los dos personajes que más amor y respeto sintieron jamás por la Tauromaquia? Nombrar a Lorca y a Picasso, y esa señora parecía ignorarlo, es nombrar al toro sin caer en ningún tópico. Lo mismo que a Miguel Hernández, al que desde otro ayuntamiento también cuestionaban que su imagen estuviera presente en un cartel taurino, cuando Hernández, según ellos, “jamás se sintió atraído por los toros”. ¿Cabe mayor incompetencia en quienes, al parecer, están para velar por nuestra cultura?

Sin embargo, y más convencido estoy que nuca, ha llegado el momento de no permitir estos atropellos, y la mejor manera, además de celebrar actos como éste en el que dentro del corazón de una institución pública proclamamos con orgullo nuestra afición a los toros, también está el sostenimiento, la permanencia y la fidelidad de la afición a sus respectivas ferias taurinas.

Volver a ver a la plaza de Almería llena supone, ahora mismo, el mayor esfuerzo, y hay que conseguirlo sin conformismo, buscando el mayor atractivo y la mayor calidad. No cabe duda de que la manifestación protaurina más efectiva es ver las plazas abarrotadas de público. Esas miles de personas que están dentro de los cosos contrastan siempre con las apenas docenas -y en algunos casos ni eso- que se colocan frente a nosotros para insultados. Desgraciadamente, el altavoz y los focos de algunos medios de comunicación abiertamente declarados en contra de nuestra cultura hacen mucho más grande la mancha antitaurina. Pero no por ello tenemos que sentirnos pequeños, todo lo contrario, debemos de mostrar nuestro orgullo por acercarnos a la sensibilidad que otros grandes creadores tuvieron al sentir como suyo el toreo.

Quizá, ahora mismo,la gran lacra a extinguir sea ese afán por el buenismo y por lo políticamente correcto. Me contaba no hace mucho el cineasta Agustín Díaz-Yanes, gran aficionado e hijo de torero, cómo en la famosa Movida madrileña de los años 80 que él vivió en primera persona, creadores de todos los ámbitos sentían verdadera admiración por los toreros, especialmente por el aquí ya recordado Antoñete.

Para muchos de esos hombres del cine, la literatura, la poesía, la música que en ese tiempo buscaban la trasgresión, entendida como provocación o ruptura con lo más clásico, comprobaron, y así lo vivieron con su presencia en la plaza de Las Ventas, que la mayor trasgresión no era otra que la de ser capaz de jugarse la vida delante de un toro. Esa verdad no la encontraban en otras manifestaciones artísticas, y aquello no sólo no había que combatirlo, sino que había que protegerlo y fomentarlo. Algo que en aquellos primeros años de la democracia en España también entendieron a la perfección los poderes públicos, fuesen del color que fuesen.

Pues bien, señores y señoras, a todo eso tenemos que volver, a esa sensación de verdadera libertad, no a la coacción o represión que, auspiciado por una supuesta defensa de los animales -tan aberrante como jactanciosa- vivimos en la actualidad. Tengo la sensación, y seguramente coincida con todos ustedes, que con el pasar de los años y la aparición de algunos nuevos personajes públicos, nos están haciendo retroceder, en lugar de avanzar.

En el libro “50 razones para defender la corrida de toros”, el filósofo francés Francis Wolff, sin duda, uno de los pensadores contemporáneos que con más precisión han sabido acercarse al toreo, escribía lo siguiente:

“Igual que la ópera, el flamenco o el fútbol, los toros no son ni de izquierdas ni de derechas. Sin embargo, algunos partidos deberían reconocer en la fiesta de los toros sus propios valores: me refiero a los partidos ‘verdes’ o ecologistas. Lo decepcionante es que normalmente están impregnados de una ideología ‘animalista’ nada ecologista, y entre sus militantes hay pocos que conozcan la realidad de la vida del toro en el campo y la de su muerte en el ruedo”.

“Se confunde animalismo -sigue explicando Wolff-, con ecología. Y, sin embargo, lo uno es lo opuesto a lo otro. Ocurre que numerosos ecologistas olvidan sus propios valores para abrazar los valores animalistas, que son contrarios. Defender el equilibrio de las especies y la conservación de los ecosistemas no tiene nada que ver con el hecho de ocuparse de la muerte de cada animal considerado individualmente y aún menos con el ‘sufrimiento’ individual de todos los animales que pueblan los océanos, las montañas y los bosques del mundo. No se puede al mismo tiempo salvar a la especie ‘leopardo’ y preocuparse por el dolor de las gacelas. No se puede al mismo tiempo salvar a la especie ‘oveja’ y preocuparse por la suerte individual de los lobos hambrientos (la afirmación inversa también es cierta). No se puede alimentar a las palomas (por sentimiento animalista) y preocuparse por sus plagas (por razones ecologistas). Hay que elegir: la ecología o el animalismo. La fiesta de los toros -concluye Francis Worff- está radicalmente en el bando de la ecología”.

Está claro, por tanto, que los aficionados a los toros, y cuantos profesionales velan y se preocupan por el sostenimiento del ecosistema donde no sólo se cría el toro de lidia, también el de otras especies, estamos mucho más cerca del postulado ‘animalista’ al amar, y comprender, verdaderamente, lo que este animal único supone en la cultura y en la economía de España, pero también de Francia, Portugal, México, Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador.

El Mediterráneo, al que aquí y ahora casi podemos tocar con nuestras propias manos, está fundido inexorablemente a la cultura del toro. Son inseparables, aunque, insisto, ahora en este nuestro país hay quien quiera reescribir la historia con sus propias mentiras o, mejor dicho, con su propia ignorancia. Almería, por tanto, es taurina, y debe de seguir siéndolo por los restos.

La historia de la ciudad así lo avala, la consolidación de su actual plaza de toros, de su prestigiosa Feria en honor a la Virgen del Mar, por donde han pasado todas las figuras del toreo de las distintas épocas, así lo han dejado escrito. No hay torero de éxito que no cuente entre sus vivencias con algún toro, alguna faena, algún momento inolvidable vivido aquí,en Almería.

Yo, que siento especial devoción por los años 80, década a la que incluso he dedicado un libro que, al igual que en otras partes de España tuve el honor de presentar aquí, en el Museo de la Guitarra de esta ciudad en junio del pasado año, gracias a la invitación de los amigos del Foro Cultural 3 Taurinos 3, he podido hablar con toreros de aquella época y no son pocos los recuerdos que se agolpan en su memoria de su paso por Almería.

Seguramente, en la de muchos de ustedes también estarán algunas de esas faenas de Curro Romero, Ángel Teruel, Paquirri, José María Manzanares, Paco Ojeda, Espartaco, Julio Robles, Niño de la Capea, Curro Vázquez, Pepín Jiménez, Ruiz Miguel, Dámaso González, José Antonio y Tomás Campuzano, Fernando Cepeda… toreros diferentes, pero absolutamente necesarios en la memoria colectiva de los aficionados de aquellos años, también de los almerienses, porque gracias a todos ellos sintieron esa emoción diferente a todas, cuando de lo que se trata es de sentir el toreo. Y en Almería, por vuestra manera de mirar al ruedo, y por vuestra forma de reaccionar ante lo bueno, sabéis de lo que os hablo.

Gracias a ello, en esta plaza, y ya una vez comencé a escribir de toros, mi recuerdo está único a otros nombres más cercanos en el tiempo, como los de Joselito, José Tomás, César Rincón, Enrique Ponce, El Juli…

Pero no quiero dejar pasar la oportunidad, ahora que hablo de la sensibilidad especial que se tiene en esta ciudad para disfrutar de una tarde de toros, de aquellos hombres que portaron el nombre de Almería en cuantos carteles se anunciaron. Esas vidas, esas historias, aunque no se encuentren entre las de las figuras más importantes, fueron igualmente imprescindibles paralabrar la leyenda del toreo almeriense. Desde Julio Gómez “Relampaguito”, aquel torero de principios del siglo XX que sí tuvo predicamento, pasando por todos los que luego fueron llegando: Francisco Ferrer “Pastoret”, Octavio Martínez “Nacional”, Enrique Vera, Juanito Gimeno, o los más recientes, Ruiz Manuel, Curro Vivas, José Olivencia, Jesús de Almería, El César, Francisco Torres Jerez y Antonio Márquez…

Me dirán ustedes, y con razón, que en esa lista de toreros de Almería no aparece el muy recordado Juan Luis de la Rosa. Soy consciente de la omisión. Pero no me he olvidado de él, faltaría más. Y les explico la razón, aunque, para ello y de nuevo, me permito la licencia de añadir una anécdota personal a este pregón, pero que también ayuda a saber el cariño que siento por esta ciudad y su feria taurina.

Hace ya muchos años, apenas estaba iniciándome en mi profesión como periodista taurino, y a punto de viajar a Almería para cubrir la información de las corridas de esta feria, le comenté al maestro Curro Vázquez que venía aquí. “No te olvides de saludar a Juan Luis de la Rosa. ¿Le conoces?”, me preguntó el torero de Linares. “He leído de su carrera, de su bohemia, de su capacidad creativa, he visto fotografías suyas de aquel festival con el que le rendisteis homenajes Diego Puerta, Paula, Paco Camino, Manzanares, tú mismo… pero nunca he tenido ocasión de saludarle”, le respondí. “Pues búscale y di que eres amigo mío…”.

No hizo falta buscarlo. La misma mañana que empezaba la feria lo encontré sentado en un rincón del patio de cuadrillas. Estaba solo. Con ese gesto inconfundible de sabía torería. Me presenté, me atendió… y les aseguro que gracias a Juan Luis de la Rosa empecé a querer, y a comprender mucho más, a esta Almería taurina que, con el pasar de los años, quién me lo iba a decir a mí entonces, iba a terminar pronunciando su prestigioso Pregón del toro de Lidia.

Por ello también quiero recordar con cariño a otro personaje que, sin haber tenido la cuna en Almería, caló hondo en esta tierra. Me refiero a Rafael González “Chabola”, al que conocí muy lejos de aquí, en México, país que le adoptó como suyo, y al que luego tuve ocasión de tratar con esa admiración que siempre me han provocado esos taurinos antiguos, mitad pícaros, mitad sabios, gente con mucha vida vivida y quemada a sus espaldas, gente que conoció otro trato, otros modos, otras modas en el mundo de los toros. Chabola era único, y con él me reí mucho, disfruté mucho, aprendí mucho… En México, en Madrid… y aquí también, en “su” Almería, pues a pesar de haber nacido en Logroño, era en esta ciudad donde terminó sintiéndose más querido y comprendido.

Ya para terminar, y amuy pocas horas de que dé comienzo la Feria Taurina de la Virgen del Mar de 2019, sólo quiero animarles a todos ustedes a que ejerzan su libertad de ir a los toros, a que disfruten con la pasión con que lo hacen en su bella plaza, y a que se emocionen con el toreo y con la bravura inundados por esta luz inconfundible de Almería.

Ahí, en el ruedo, estarán dentro de poco tres jóvenes promesas como Román, David de Miranda y el mexicano Luis David; ahí tendrán ustedes ocasión de ver al gran Antonio Ferrera, o a dos artistas de los de verdad, ambos debutantes en Almería: Diego Urdiales y Pablo Aguado.

Ahí estará el maestro Enrique Ponce, casi ‘resucitado’ tras su dramática lesión, y que aunque parezca increíble hará el paseíllo con dos toreros, Ginés Marín y Toñete, que ni tan siquiera habían nacido cuando Ponce ya llevaba unas pocas ferias de Almería a sus espaldas, incluso habiendoconseguido dos veces el prestigioso “Capote de Paseo” al triunfador del serial, galardón que una vez vieron la luz y fueron creciendo Ginés y Toñete… Enrique siguió conquistando. Para descubrirse.

Y ahí estarán también Pablo Hermoso y su semilla, Guillermo, junto a la francesa Léa Vicens. Ojalá que las corridas de Torrestrella, Zalduendo, Núñez del Cuvillo y San Pelayo aporten los argumentos de bravura y buena presentación para que el prestigio de Almería no pierda un ápice en lo que significa dentro de Andalucía, pero también, dentro de ese inmenso mundo de los toros.

Su afición, todos ustedes,así lo merecen. Por eso, en esta mañana de agosto ya sólo me queda reiterarles lo que al principio les decía: que me siento orgullo de estar aquí y ahora. Y no sólo eso, que me siento emocionado porque la afición a los toros nos siga uniendo a tantas miles de almas, en tantas partes del planeta.A pesar de que ahora nos quieren convencer de lo contrario, no cabe la menor duda de que merece la pena ser aficionado a los toros.

¡Viva el toro bravo!¡Viva el toreo!¡Viva Almería!

Muchas gracias por su atención.