XXV PREGÓN DEL TORO DE LIDIA 2022

UNA HISTORIA DEL TOREO A TRAVÉS DEL CANTE

Toreros y flamencos forman una gran familia. El torero, pariente rico, ha celebrado tradicionalmente sus éxitos en el ruedo con fiestas flamencas. No es extraño el trasvase entre uno y otro arte. Toreros que han sido flamencos (Centeno, Aurelio de Cádiz, el Almendro, El Bengala, Tío José el Granaíno, etc.) y flamencos que han toreado o querido torear (Silverio, Onofre, el Mellizo, Camarón, etc.)

Por esa larga relación entre unos y otros, es por lo que se puede recorrer la historia del toreo a través de los cantes flamencos. Ese ha sido el contenido del XXV Pregón del toro de lidia 2022 a cargo de José Morente. La historia del toreo a través del cante. Cantes acompañados de sus correspondientes imágenes, ya sean grabados, fotografías o películas.

Una historia del toreo que se inicia, de la mano de Pepe Marchena, recordando desde los tiempos remotos de Pepe-Hillo, Pedro Romero y Costillares, la época goyesca y de la primera competencia de la historia, hasta los de Guerrita y el Espartero, pasando por los toreros del XIX, Bocanegra, El Marinero, Hermosilla,…

Historia que seguía con la trágica muerte en Ronda del legendario Curro Guillén (“Bien puede decir que ha visto/ lo que en el mundo hay que ver/quien ha visto matar toros/ al señor Curro Guillén”) en una escena tremenda donde el toro sale de la suerte con Curro Guillén en un pitón y en el otro con su peón Juan León, en un quite inútil pero heroico, convertido en lámina de la Lidia. Canta por rondeñas, Curro de Utrera (“Plaza de toros de Ronda/Triste recuerdo pa´ Utrera/Curro Guillén su torero/Con un toro de Cabrera/Perdió la vida en tu albero”). En todo caso, cuando se habla de Ronda es obligatorio recordar al maestro de maestros Antonio Ordoñez.

Ese arrojado Juan León aparecía de inmediato en Madrid, esa ciudad que merecería ser andaluza por su afición a los toros y al flamenco, acompañado de Cúchares (su discípulo) y el Tato (yerno de Cúchares) en el Café de la Unión. Tertulia torera recordada en el estribillo de los caracoles de don Antonio Chacón, aquellos que comienzan por “Como reluce/la gran calle de Alcalá/cuando suben y bajan/los andaluces”. Evidentemente, los andaluces que suben y bajan por la gran calle de Alcalá, no son otros que los andaluces aficionados que iban a ver toros en la plaza vieja de Madrid, la que estaba donde ahora está el Palacio de los Deportes.

Del Café de la Unión, Cúchares, el genial heterodoxo, se fué a la Habana a torear toros “yankees” y allí muere del vómito negro. A su muerte y recuerdo le canta por tanguillos (tangos de carnaval) de las Viejas Ricas, el no menos genial ni menos heterodoxo Pepe Marchena (“Con el mar revuelto y brusco/Y a la Habana fuimos a parar/Visitamos los sepulcros/De Cúchares inmortal”).

Pero el siglo avanza de forma trepidante, tan trepidante como esas bulerías dedicadas a Lagartijo y Frascuelo, de la mejor cantaora (y me atrevería a decir cantaor) de la historia: Pastora Pavón “La Niña de los Peines”. Una competencia la de Rafael y Salvador, a cara de perro, sin concesión alguna. La gran competencia, una lucha que duró un cuarto de siglo y que sus partidarios dirimían a bastonazos. Pasión en el ruedo y en los tendidos. Bendita pasión.

Tras ellos, viene Guerrita, tras el nadie y después de nadie Antonio Fuentes. Aunque el interregno está dominado por Bombita y Machaquito (en realidad dominado por los ganaderos) en el fondo de ese cuadro de principio de siglo destaca la figura armoniosa de dos toreros elegantes: Antonio Fuentes y Rodolfo Gaona. Fina estampa.

Pero el pulso de la fiesta se recupera (¡Y de qué manera!) cuando Joselito el Gallo irrumpe en los ruedos y deslumbra a los públicos y, en particular, a los buenos aficionados. A Joselito le canta (“Maestranza de Sevilla/la del luminoso albero/la que huele a manzanilla y a capote de torero”) otro maestro Antonio Mairena. Ambos gitanos y ambos muy profesionales, una curiosa combinación que deshace el tópico. Joselito lo domina todo. Capote, banderillas y muleta. Domina las reses y las suertes. En resumen, el mejor torero de la historia, con permiso de Juan Belmonte quien fue su primer gran partidario (todos los toreros fueron partidarios de José y el que más, Juan). Joselito es el toreo mismo. El maestro de maestros, dentro y fuera de las plazas. ¡Qué torero!

La edad de plata que sigue a su muerte fue tremenda. Muchos y buenos toreros intentaron avanzar por la senda marcada por Joselito y Belmonte, tan complicada. Época de muchas cogidas y muchas muertes (Granero, Varelito, Sánchez Mejías…). Uno de las más lloradas fue la Curro Puya, Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”. Lo mata un toro de Graciliano en la plaza de Madrid. Antonio el Sevillano le canta por alegrías (“Tenía Triana un torero/Curro Puya se llamaba/el que asombró al mundo entero/con su toreo de capa”)recordando, al final a su hermanillo Rafael que remata un quite en Madrid a paso de baile por bulerías: “Siempre lo recordaré/Siempre lo recordaré/Como nunca “olvío”/El arte gitano/de su hermano… Rafael”.

Tras la Guerra y bebiendo en las fuentes del toreo en redondo de Joselito y Chicuelo, Manolete “el Monstruo” crea la faena moderna, la que ha llegado a nuestros días y cuyo epicentro y eje se encuentra en el pase natural. Un pase natural elevado a la enésima potencia y que Manolete convierte en santo y seña de su toreo, puro, muy puro. Manolete torea al natural a todos los toros ¡hasta los gazapones! Lo nunca visto. Manolete, mito en España, en México fue dios. Su entrega en todas las plazas, en todas, fue proverbial. Al final, cuando pensaba en retirarse, le mata en Linares un toro de Miura (la leyenda continúa) hace ya 75 años. Su íntimo amigo Manolo Caracol, un genio, hijo de Caracol el del Bulto mozo de estoques de Joselito, le canta, deberíamos decir le llora, por zambras(la melodía es la de “Carcelero, carcelero”): “El as de los ases fue/Mezcla de gitano y moro/Manolete el cordobés/Dejó su vida en el toro”. Impresionante.

El toreo es tragedia, pero también fiesta desbordante y apasionada entrega. El público más apasionado sin dudas el de México. Y a esa tierra mágica nos acercamos para ver torear a Paco Camino entre el clamor del público mexicano y con los comentarios en directo del mejor crítico taurino de la historia, el que vino a poner todos los puntos sobre todas las íes: Pepe Alameda, un español exiliado en aquellas tierras. El fondo musical lo pone Pericón de Cádiz por tanguillos algo ripiosos (“Ay, Paco Camino/Eres el mejor/Porque llevas en tu cuerpo/El embrujo que Dios te dio”), pero no importa, el toreo de Paco Camino, enseñando a embestir a un manso de Santo Domingo, es oro de muchos quilates tanto en la forma como en el fondo  ¡Viva México!

La época de Paco son los 60, la época del Cordobés otro heterodoxo genial. También la época de Rafael Vega “Gitanillo de Triana” (el hermano pequeño de Curro Puya),Curro Romero, y Antoñete. A mediados de aquellos años 60, el Montepío de toreros decide grabar un disco de villancicos con ese magnífico cartel. Para grabar, Antoñete recogía a Gitanillo quien consideraba necesario -para hacer voz- tomarse una copita de aguardiente. Que no era una, sino varios. Cuando los dos llegaban al estudio -donde esperaba paciente Romero sobrio pues había hecho promesa de no trasegar alcohol-no estaban en condiciones de cantar y no grababan. Así una vez y otra. Al final aquello no se pudo aplazar más y grabaron… como pudieron. Gitanillo con la voz pastosa recitó “Son las cinco de la tarde/abre marcha alguacilillo/que aquí estamos tres toreros/para hacer el paseíllo”. Curro canta y, por cierto, bastante bien: “Ole con ole mi niño/ole con ole y olé” y ¿Antoñete?… Antoñete torea. Vemos torear al Antoñete de su feliz su reaparición en los años 80. Se merecía el reconocimiento que tuvo.

Llegamos a nuestros días. Si hay un torero que ha marcado nuestra época por su entrega, es José Tomás. Resulta casi increíble que haya podido torear después de Aguascalientes y lo está haciendo, siquiera sea con cuentagotas. Pero no importa. José Tomás se ha ganado el derecho de torear donde, cuando y como quiera. Como el mismo dice: “Donde te pones no se pone, torero alguno, ni se pondrá/No hay nadie como tú en el ruedo, ni tan honrado, ni tan verdad/Podrían con otros compararte, pero tú eres, lo saben ya/El más grande de los más grandes, torero caro, y universal (…)Citas, te entregas y entrelazas, tu vida en cada plaza, y no dudas jamás/Cuelga tu nombre en los carteles, y vuelan los billetes, por verte torear/Eres orgullo de tu gente, el príncipe valiente, allá en Galapagar/Eres de España un estandarte, un caballero andante, eres José Tomás”. Las imágenes de Nimes y Barcelona ponen el mejor contrapunto torero a su mensaje.

Hemos llegado al final de una historia, la del toreo cuyo mejor resumen se encuentra en la edad de oro. La época de Joselito y Belmonte. Ambos cierran un siglo y comienzan otro. El toreo de hoy bebe en el toreo de ambos. A ellos, a Joselito y a Belmonte. A José y Juan les canta por tientos copleros Juanito Valderrama:

Quién inventará la copla

que eche al aire aquel recuerdo.

Quién la cantara una noche

en voz baja, como un rezo.

Que mujer se pondrá triste,

que hombre se ha de sentir viejo,

y quién abrirá la jaula

de los pájaros del tiempo.

Tarde de toros y sol,

parece que lo estoy viendo,

Joselito y Juan Belmonte

con seis, con seis de Pablo Romero.

Si un día me quedo ciego,

mis ojos quisieran ver

aquel gran tercio de quites

que hicieron Juan y José.

Para asistir a la fiesta,

vino un aire marismeño

y se escuchó en el “tendío”

la pro, la profecía del viento.

“Tú José tendrás la muerte

que sueña siempre un torero.

Y tú Juan tendrás el vino

que beben los caballeros”.

En José será podía,

y en Juan será ya no puedo,

pero tendrán igual pena

uno vivo y otro muerto

Quien inventará la copla

que eche al aire aquel recuerdo.

Esta historia del toreo que es historia de entrega, grandeza, triunfo y tragedia tiene por escenario privilegiado la plaza de toros. Cada plaza, cada público con su propia personalidad e idiosincrasia. En algunas, como Sevilla, el toreo se vive como un rito, con unción casi religiosa. En otras, como Madrid, el público se inviste toga de catedrático y examina con rigor, más justiciero que justo, a los toreros. En otras, finalmente, como en México, el toreo es una fiesta de pasiones entregadas y júbilo exultante cuando surge el toreo, el buen toreo.

Así es también la plaza de Almería. Una plaza del sur, una plaza andaluza, donde el toreo se vive como rito ancestral y mágico y también como examen de un público dispuesto a premiar a cualquier torero que se lo merezca, pero donde, sobre todo, el toreo se vive como una fiesta. La verdadera fiesta:¡La fiesta de los toros!